Abrazarla por la espalda era una de las peores adicciones que pude tener en esta vida, de todos los que me encantaban dar esos eran de mis favoritos. No sé si lo eran porque empecé a saborearlos con ella, porque no me hacía falta excusa para sentirla cerca, porque eran inesperados o porque lograba agarrarla de los brazos y así, poder besarle el cuello que nunca me dejaba alcanzar. Aquellos besos de los cuales casi llego a sospechar que no le gustaban si no fuera porque su piel erizada me decía que no parara de hacerlo, por mucho que dijera:
+ ¡No, para, suéltame, quitaaa!
Al margen de las tentaciones fortuitas, para mí era un tipo de abrazo especial a la vez que esencial.
Tanto para momentos malos, que ofrece ánimo, apoyo, protección. Como para los momentos buenos que muestra felicidad, cariño, pasión. No discuto que esto no es más que una interpretación subjetiva de algo que podríamos llamar abstracto, cierto es que los abrazos en sí no lo sean pero lo que se demuestra en ellos lo es, aunque a veces pueda palparse en el ambiente los sentimientos más transparentes, todo es saber elegir y en eso se basa todo esto. No importa el abrazo, sino a quien estás dispuesto a abrirte para que alguien ocupe ese hueco que solamente se crea si quieres que exista, porque al fin y al cabo puedes vivir sin abrazar a nadie. La diferencia es vivir estirando los brazos porque si o estirando los brazos e intuitivamente hacer la silueta de esa persona que encaja a la perfección entre la palma de tus manos y tu pecho.
El significado del abrazo está en quien lo recibe, no de como lo des o en que momento lo realices. Como dice el dicho, el paraíso tiene más con quién que de dónde, porque notar como una gran sombra de metro noventa que abre los brazos, te atrapa entre achuchones, oliendo el perfume que tanto le gustaba y ella misma regaló impregnando su cuello, mejillas, hombros... con las cursiladas varias entre medias, tenía que ser de lo más acogedor que puede existir.
¿Y tú, estiras los brazos o creas paraísos?
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